Opinión fundamentada sobre “Un mundo feliz”: Similitudes y diferencias con la sociedad actual
Marina Federman y Martín Rodríguez Kedikian
Imaginemos que en lugar de las independencias de los países coloniales
(proceso enfatizado durante las décadas de 1960 y 1970) existiera un Estado
Único en el que el mundo entero fuera una gran colonia. Imaginemos que en lugar
de las crisis capitalistas, (crack del ‘29, crisis del petróleo del año 1973)
no hubieran existido frenos para el desarrollo industrial. Imaginemos que los massmedia[1]
hubieran conservado la única función de ser instrumentos estatales. Nos
encontraríamos entonces, que la historia ha seguido otro curso, un
contra-fáctico curso muy similar al que propone Aldous Huxley en “Un mundo
feliz”.
Los acontecimientos históricos que mencionamos son los que, según Gianni Vattimo
y un amplio consenso, dan inicio a la transición de la Modernidad a la sociedad
posmoderna. En la actualidad, a nuestro entender, nos encontramos en una lógica combinada en la que, a pesar del “giro
posmoderno”, podemos encontrar similitudes con el imaginario de futuro de “Un mundo feliz”, novela publicada por
primera vez en el año 1932.
Pasado
Creemos que tanto la
Posmodernidad, aún en construcción, como la distopía planteada en la novela
responden de diversas maneras a la promesa planteada por los mentores de la
Modernidad, principalmente en la época y movimiento histórico conocido como La Ilustración. La semilla implantada por la Revolución Francesa allá por 1789 de los
manifiestos de “Libertad, igualdad, fraternidad” tiene en este planteo,
dos hijos: el posmoderno resumido en “Pluralidad, Relatividad, Discontinuidad”
y el futuro imaginado por Huxley que reza “Comunidad, Identidad,
Estabilidad”. ¿Qué hay de semejante y qué de diferente entre estos dos modelos
de sociedad?
Frente a
la ontología del hombre medieval como creación divina y que no puede valerse
por sí mismo, se erige la filosofía Moderna del hombre capaz de encontrar su
“madurez” en la medida en que puede considerarse el único responsable de su
existencia, a través de la razón, su esencia. Así, el hombre plenamente
racional deviene universal. Universal, también, en términos kantianos, donde “la
paz universal sólo es postulable cuando desaparecen las diferencias
ontológicas, nacionales, de creencias”[2]
Al mismo tiempo, la realzación del Hombre trajo consigo la idea máxima
de libertad, si el Hombre ya no depende de un ser creador, entonces el Hombre
es libre. En tanto ser racional, puede acceder a su libertad con el cultivo de
la autoreflexión que lo llevará a la emancipación o mayoría de edad y con la
ciencia como modo de acceso al conocimiento. A nuestro entender, la
secularización trajo aparejada la sujeción del hombre a otros grandes “dioses”.
La razón en sí misma se convirtió en un centro válido por si mismo que la tiñó
de totalización y deshumanización. A partir del uso de la racionalidad en las
experiencias de industrialización extrema (a partir de las revoluciones
industriales y la maquinización imperante) y las guerras de la era capitalista,
comenzó a perderse la cualidad emancipatoria de la misma. En la distopía de “Un
mundo feliz”, el Dios (en tanto fuente de verdad y de conocimiento) es Henry
Ford, que nos sitúa en una lógica industrial cruda con las máximas de la
eficiencia, la producción y el consumo[3].
Son estas máximas las que determinan la vida de los individuos, su ética, su
moral, sus modos de (re)producción, sus conductas, sus deseos. Sólo unos pocos
hombres ejercen el poder de la manipulación –de la naturaleza y de los demás
hombres-. Los hombres poderosos del Estado Mundial -alfa- son capaces de
engendrar hombres estériles “fuera del reino de la servil imitación de la Naturaleza, para entrar en
el campo, mucho más interesante, de la invención humana”[4].
La deshumanización es feroz. No podemos hablar de enajenación, como sí podemos
hoy en día (por eso creemos que la sociedad actual es sólo un vestigio de eso),
porque es posible pensar en alternativas liberadoras. El universo de
posibilidades no solo es finito, sino que es implantado con la ética
predeterminada de servir a la comunidad “todos
pertenecemos a todos”, ética en la que los hombres son sólo productos de una
industria, productos indiferenciados y sujetos. Las ideas son implantadas en el
sueño, imponiéndoles una realidad de la que no son capaces de salir, ni
consideran concebible otra opción. La felicidad es un producto perfectamente
industrializado y que puede ser incorporado fácil y rápidamente ingiriendo una
pastilla (el soma). Es el triunfo de la razón instrumental y es la extremación
de la sociedad de masas –o de masa uniforme en este caso- que tiene su
correlato actual en los discursos manipulatorios de conductas (tanto de la
publicidad como de la propaganda) que crean necesidades de consumo como
finalidad y forma de ser feliz. Sin embargo, cuando el Director de Incubación y
Acondicionamiento explica el mecanismo de la hipnopedia, hace una distinción:
“No se puede aprender una ciencia sin saber perfectamente de lo que se trata”,
pero explica que el mecanismo sí funciona para la moral: “La educación moral,
que no debe ser nunca racional en modo alguno”[5].
Además, resalta el poder de la palabra: “el acondicionamiento sin palabras es grosero
y rudo; no puede hacer captar las distinciones más finas, no puede inculcar las
normas de conducta más complejas. Para eso son necesarias las palabras, pero
las palabras sin razón.”[6].
En este sentido está distinguiendo la racionalidad deshumanizadora con la razón
que puede ser utilizada como reflexividad crítica, posible a través de las
palabras y la función poiética del lenguaje –que también puede ser instrumento
de manipulación-.
Presente
“Un mundo
feliz” lleva la idea de identidad a tal extremo que la anulación de las
diferencias individuales se da en la planificación de los nacimientos y
funciones de los seres humanos. En nuestra era, las diferencias son
reivindicadas, el pluralismo, el multiculturalismo son
las banderas de las principales luchas cotidianas y discursos políticos. Como
expresa Marta López Gil, algunas características particularmente posmodernas
son “la implantación de concepciones históricas y etnológicas en disciplinas
estructuradas de forma sólidamente teórica; se subraya la importancia del
contextualismo; el mundo vital aparece ahora en plural; la ética hace
retroceder a la moral, la vida cotidiana a la teoría, la ruptura a la
continuidad, lo particular a lo general.”[7].
En nuestra sociedad actual, en tanto sociedad
de la comunicación, vivimos hiperconcientes de la multiplicidad de
discursos, de la multiplicidad de verdades, de la multiplicidad de culturas con
alcance limitado no universal. Esta conciencia habilita la dialéctica del
hombre creador y del hombre que es capaz de ser manipulado en su simbolización
–en sus gustos, deseos- en función de ciertos imperantes de la propia sociedad hiperlibre. En ambos casos, se entiende
que el lenguaje limita el mundo de las personas. En la posmodernidad, la idea de que “todo es
viable” está muy presente. Sin embargo, y aquí podemos encontrar una diferencia
con la novela, autores como Franco Berardi[8] o
Maurizio Lazzarato[9]
encuentran posibles vías de escape en la posibilidad de imaginar otros mundos
posibles; y así romper con la sacralidad de lo estable que colma a la sociedad
de “Un mundo feliz”.
Para cumplir con los preceptos de “Identity, Community, Stability”, la
sociedad de la
novela parece
dejar en plano secundario lo más propio del ser humano: la vida. En el
Centro de Acondicionamiento e Incubación, centro de
generación de vida, las condiciones son mortecinas: la luz cadavérica, la
exposición de los óvulos a dosis mortales para multiplicar la vida. La única
verdadera muerte que existe es la muerte de la máquina: “La máquina rueda;
rueda y debe seguir rodando siempre. Si se detiene, es la muerte”[10].
La propia ética está fundada en los lineamientos de la productividad extrema: las
experiencias sexuales en los niños no son reprimidas sino fomentadas ya que el
propio sistema requiere de un acortamiento de los tiempos de llegada a la
madurez sexual que les permite seguir produciendo. Además la monogamia se
presenta como inmadurez; nada que sea largo e intenso es propiciado por este
mundo, ni madre, ni monogamia, ni romanticismos, ni hogar, ni familia. Los
ciclos del embarazo están sujetos a la metáfora de la cadena de producción:
“doscientos setenta y siete días a razón de ocho metros diarios”[11]. También los ciclos niñez-madurez-vejez se encuentran
alterados y en algunos casos indistinguidos: “¿Viejo, joven? ¿Treinta,
cuarenta, cincuenta y cinco? Sería difícil precisarlo. Y, desde luego, a nadie
le interesaba; en el año 632 de la era Fordiana a nadie se le ocurría siquiera
preguntarlo”. Hay métodos que “han suprimido todos los estigmas de la vejez. Y
con ellos naturalmente (…) todas las características mentales de los viejos. Se
conserva el mismo carácter durante toda la vida.”[12].
Se nos presenta no sólo como pensable en nuestra sociedad actual sino también
como equiparable a los métodos utilizados para ocultar el período de vejez que
van desde los productos de la farmacia estética hasta las intervenciones
quirúrgicas de todo tipo.
El problema de la identidad es delicado. En “Un mundo feliz” no existe
en tanto algo único. De un óvulo fecundado provienen noventa y seis personas en
lugar de una, “noventa y seis seres idénticos, trabajando en noventa y seis
máquinas idénticas”[13].
En este sentido, mencionamos las experiencias de fertilización in vitro que se
realizan actualmente, las manipulaciones genéticas y clonaciones. De todas
maneras, estos son asuntos sensibles para la colectividad que están en
permanente discusión. Si bien existe una relatividad ética que admite varias
concepciones de humanidad, de bien y de verdad, la
vida y lo único son aún principios valorados.
Mencionaremos también, una experiencia fundamentalmente humana que es lo estético y lo artístico. En “Un
mundo feliz” el arte se torna burdo, prioriza un acceso directo a los sentidos.
El sensorama es la máxima expresión, un espectáculo
que estimula todos los sentidos, pero limitándolos todavía más, no dejando
lugar a lo sublime, a lo sugerente e imaginativo, sino a lo explícito, concreto
y limitado: “¿Irás al
sensorama esta noche, Henry? – preguntó el Predestinador Ayudante.
– Me han dicho que el film del Alhambra es estupendo. Hay una
escena de amor sobre una alfombra de piel de oso; dicen que es algo
maravilloso. Aparecen reproducidos todos los pelos del oso. Unos efectos
táctiles asombrosos”[14]. Las
tendencias a la tridimensionalidad del cine actual van por el mismo camino que
el sensorama. La sensación espiritual de la experiencia fílmica está perdiendo
terreno al lado de la abundancia de la técnica, creadora de de imágenes ya no
icónicas de la realidad, sino simbólicas, dado que el cine 3D crea imágenes que
no son miméticas de una realidad exterior, apuntando a cautivar a los sentidos
directamente.
En ambos casos, se trata de una hiperrealidad que se basa en el puro
presente. La tendencia permanente hacia la novedad, heredada del espíritu
moderno, es absorbida al máximo por nuestra sociedad y por la distópica.
Mientras en el espíritu moderno el futuro es prometedor y siempre se presenta
como progreso, actualmente se concibe la historia como discontinua
(poshistoria), como historias particulares que tienen fracturas y no siguen una
única línea al progreso. No hay futuro en los discursos sino presente
inmediato, que se renueva constantemente, que requiere de mensajes efímeros e
hiperactuales. En “Un mundo feliz”, el presente es creado por los hombres, el
pasado es inconmensurable.
La historicidad está cortada, implantada, no hay una idea de pasado y futuro, y
por lo tanto no hay aprendizaje ni cambio posible: “Pues en la Naturaleza son
necesarios treinta años para que maduren doscientos huevos. Pero nuestra labor
es estabilizar la población en este momento, aquí y ahora. Producir gemelos con
cuentagotas durante un cuarto de siglo, ¿para qué serviría?”[15].
Futuro
Como ejercicio para pensar
distopías desde el presente, observamos algunas producciones de ciencia ficción
pensadas en nuestro contexto actual y observamos que
la mayoría se refieren al poder ilimitado y manipulatorio de los medios de
comunicación y la destrucción de los recursos naturales. Si tomamos por
caso la novela gráfica “V de vendetta”[16],
nos encontramos con un futuro imaginado en 1997, donde los medios de
comunicación juegan un papel central en la lucha del anarquismo contra un
estado totalitario (casualmente también situado en Inglaterra) que todo lo
controla, y el segundo episodio de “Black Mirror”[17]
, una miniserie que retrata de forma “tecno-paranoica”, un futuro cercano en
relación a la tecnología y medios de comunicación que el autor considera que
puede ser “la forma en que podríamos estar viviendo en 10 minutos si somos
torpes"[18].
Nos queda la incógnita de pensar cómo un movimiento futuro reaccionaría a la
Posmodernidad de la forma en que ésta surge como respuesta a la Modernidad –
que a la vez responde a la cosmovisión Medieval-. Como en todo momento
histórico, habrá que dar cuenta de sus luces y sombras para llegar a una
transformación acorde al espíritu de época y a una propuesta ético política que
acompañe los cambios y que a la vez genere nuevas posibilidades para la praxis.
Bibliografía
·
Berardi, Franco (Bifo), Generación post-alfa: patologías e imaginarios en el
semiocapitalismo, Buenos Aires, Tinta limón, 2007.
·
Casullo, Nicolas, Forster, Ricardo y Kaufman,
Alejandro, Itinerarios de la modernidad,
Buenos Aires, Eudeba, 1ra ed., 4ta reimp, 2006.
·
Descartes, René. “Meditaciones metafísicas (1° y
2°)” en Antología de Textos de historia
de la filosofía, Universidad Iberoamericana, Departamento de Filosofía,
España, 1994.
·
Foucault, Michel, ¿Qué es la ilustración?, Alción Editoria, Córdoba, 2002.
·
Kant, Emmanuel, “¿Qué es la ilustración?” en Filosofía de la historia, Fondo de
Cultura Económica, México, 1990.
·
Lazzarato, Maurizio, Políticas del acontecimiento, Buenos Aires, Tinta limón, 2006.
·
López Gil, Marta, comp., “El concepto de
posmodernidad” en Filosofía, modernidad y
posmodernidad, Buenos Aires, Ed. Biblos, 1993.
·
Picó, Joseph, “Prefacio” en Modernidad y
Posmodernidad, Editorial Alianza, Madrid, 1993.
·
Vattimo, Gianni, La
sociedad transparente, Paidós, Madrid, 1993.
[2] Casullo, Nicolas, Forster,
Ricardo y Kaufman, Alejandro, “Luces y sombras del siglo XVIII” en Itinerarios de la modernidad, Buenos
Aires, Eudeba, 1ra ed., 4ta reimp, 2006.
[3] Los personajes de “Un mundo
feliz” se “persignan” aludiendo a la T del modelo de Ford T, metaforizando el
símbolo del a cruz del cristianismo.
[4] Extracto de Aldous Huxley, Un mundo feliz.
[5] Ibídem
[6] Ibídem
[7] López Gil, Marta, comp., “El
concepto de posmodernidad” en Filosofía,
modernidad y posmodernidad, Buenos Aires, Ed. Biblos, 1993.
[8] Berardi, Franco (Bifo), Generación post-alfa: patologías e
imaginarios en el semiocapitalismo, Buenos Aires, Tinta limón, 2007.
[9] En Lazzarato, Maurizio, Políticas del acontecimiento, 2006.
[10] Extracto de Aldous Huxley,
Ibídem.
[11] Ibídem.
[12] Ibídem.
[13] Ibídem.
[14] Ibídem.
[15] Ibídem.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
chagracias'!